sábado, 14 de enero de 2017

INTERVENCIÓN COMITÉ FEDERAL JAVIER FERNÁNDEZ













“Buenos días, compañeros, compañeras. Os conozco y vosotros me conocéis. Soy de los que piensan que la mayoría de la gente contempla el espectáculo de dura, de áspera pugna política que trasmitimos, con una mezcla de preocupación y de enfado. De los que creen que los problemas políticos se dividen en dos: aquellos que nos preocupan a los políticos y a nuestro entorno mediático, y aquellos otros –mucho menos numerosos- que preocupan a la gente en general. 

De los que no están seguros de tener siempre la razón; de los que creen que ni representan a la totalidad, ni tienen el monopolio de las buenas intenciones; de los que saben que nadie – partido o persona- representa él solo a la parte buena del partido. 

Tengo dos convicciones, dos cosas seguras que os quiero comentar. Una tiene que ver con la lealtad, lealtad a uno mismo, a tu partido, a tus votantes y a tu país; y cuando esas lealtades entran en conflicto siempre tienes que poner a tu país por encima de todo lo demás. Y la segunda es que estamos en la oposición, que eso es de perogrullo. 

La oposición es un lugar político en el que no hay victorias que celebrar, ni cargos que repartir, ni éxitos diplomáticos que contar; lo único que hay es trabajo, esfuerzo y tesón. Pero yo os digo, os aseguro, que si la hacemos unidos, si hoy hacemos oposición unidos, mañana gobernaremos unidos, compañeros y compañeras. No tengáis la menor duda, gobernaremos unidos. Os hablaba de lealtad y decía que empezaba por uno mismo. 

Yo la tuve cuando puse al partido rumbo a la abstención. Lo hice porque pensaba - y todavía pienso -que era la menos mala de las soluciones. Y para hacerlo pedí solo dos cosas, las dos cosas que pedía también para cada uno de vosotros: el derecho a ser escuchado y la libertad para expresar mi posición. Y no todo el mundo me la quiso dar, hubo quien construyó una atmósfera de intimidación, de un antagonismo ritualizado, primario, agresivo… sobre todo en las redes sociales. 

No estoy en queja, no vengo en queja y además tengo prohibida la irritación por prescripción facultativa, pero si quiero deciros que me gustaría tener menos responsabilidad de la que tengo y así más libertad para decir lo que pienso, porque la responsabilidad la siente uno cuando empieza a medir las palabras, y mido las palabras, pero tampoco quiero que haya en este partido ningún debate prohibido, con dos condiciones: no hablar en nombre de la verdad y no mentir. 

Y yo no hago ni lo uno ni lo otro si os digo que, al día siguiente de las elecciones de junio la inmensa mayoría de los dirigentes de este partido sabíamos lo que había que hacer, lo que no sabíamos era cómo ganar el Congreso después de hacerlo. Y eso quiero decirlo porque callar sería insultar a la verdad. 

La lealtad al PSOE, al partido que ha estado en todas las encrucijadas de nuestra historia moderna, y a lo largo de ella los guardianes de las esencias, los que presumen de pureza ideológica y los que predican las verdades absolutas de los males de la Tierra y de los principios, no fueron ni más ni menos leales que los que propusieron cambios programáticos, los que resolvieron dilemas electorales o los que plantearon adaptaciones a la realidad en cada tiempo y en cada lugar. 

Y por eso fuimos un carrusel de verbalismo revolucionario y de hechos moderados, de retórica caballerista y práctica prietista, de marxismo teórico y socialdemocracia práctica. Y si hablo de historia no penséis que estoy con melancolía o con añoranza, sino que para conocer el significado de algo conviene saber qué sentido tenía cuando empezó. Sobre todo porque la historia es la que nos da esa palanca simbólica de una narración que le proporcione a la gente identidad, y sepa quiénes somos, de dónde venimos y, con nosotros, a dónde van. 

Pero hay algo anómalo, algo profundamente enfermizo en un partido que se piensa a sí mismo en clave de pasado, que no renuncia a reconocerse en lo que fue, pero renuncia, si, a los que hicieron ese pasado, a los que lo construyeron, a los que hicieron posible la idea ilustrada de la España moderna. Y si se les proscribe nos quedamos sin referentes, no sé si porque ellos piensan más en el cambio que en la discontinuidad, o en la ruptura, o porque sencillamente el pasado es otro país y allí las cosas se hacen de otra manera. 

Compañeros y compañeras, ser leal al partido es aceptar las decisiones democráticas que se toman en sus órganos de representación, porque eso es lo que fortalece a la organización. Y la organización dicen los manuales que es la palanca que tienen los débiles para enfrentar el poder de los fuertes. Ser leal al partido es quererlo, si, diverso, con visiones unitarias territoriales o internas diversas compatibles con el respeto a la dirección, no es promover una lógica feudal. Pero también es saber que el liderazgo siempre debe ser contestable y que las cuestiones siempre deben ser debatidas y que el líder siempre puede ser contradicho. 

Ser leal al partido no es trazar una raya y hacer que una decisión polémica, difícil y controvertida, lo que queráis, pero democrática, se convierta en una traición a las esencias o una claudicación bochornosa. Ser leal al partido es decirle a la gente que somos más, que somos mucho más que una maquinaria dedicada en exclusiva a arrojar a cualquier precio a la derecha del poder. Eso es ser leal al partido. 

¿Y a la gente, a los votantes?, ¿qué piensan los ciudadanos del PSOE? Es una pregunta imprescindible porque un 40% de los españoles se declaran socialdemócratas ¿Piensan que, efectivamente, tenemos que ser una organización dedicada exclusivamente al enfrentamiento con el PP?, ¿o nos piden que delimitemos nuestro espacio político de los simplificadores de toda laya, de los dogmáticos que hablan en nombre de la verdad o de los que quieren hegemonizar la izquierda subidos en una insoportable superioridad moral? 

¿Quieren que hagamos un Estado federal que de cobijo a la identidad, a la pertenencia, a la diversidad?, ¿o nos pide que cambiemos un discurso que ha estado siempre enfocado a la igualdad, para ahora centrarlo en la diferencia? ¿No quieren que nos presentemos ante ellos si no vamos con un nuevo derecho en la mano?, ¿o saben que las conquistas sociales no son para siempre y le piden a la izquierda –que las consiguió- que ahora las refuerce y consolide para mañana ampliarlas? 

¿Lo que nos están pidiendo es que avancemos hacia la igualdad por decreto expropiando a los ricos o nacionalizando empresa?, ¿o que intentemos cerrar el círculo virtuoso entre crecimiento y redistribución? Eso son preguntas que nosotros tenemos que contestarnos. Cada uno tendrá sus respuestas, yo tengo las mías. Pienso que lo primero que quieren es que les lleguen nuestros planteamientos y no nuestras polémicas. 

Lo que quieren los ciudadanos es que intentemos de verdad, no de manera impostada, sanar esa herida profunda que hemos creado en la conciencia colectiva del partido, y después, si, quieren respuestas nuevas para preguntas viejas. 

Quieren discursos capaces de interpretar nuestra época. Discursos que no digan que el mercado siempre asigna mejor o que lo público siempre es ineficiente, que los impuestos siempre son indeseables, que los funcionarios siempre son demasiados… discursos que digan que aceptamos la economía del mercado, pero que no nos avergonzamos de pedir la intervención del Estado; discursos que hablen de emplear, de redistribuir, de reindustrializar… los verbos que mejor conjugamos, y que digan que no vamos a entregar ni oportunidades, bienes, servicios a un lugar llamado mercado, a un destino llamado mercado. 

Veréis, un responsable político tiene que distinguir siempre entre lo que es un compromiso, o un acuerdo razonable, y un pacto indigno. Todo responsable político está obligado a explorar los límites entre la razón y la emoción, entre acuerdo y confrontación, entre abstención o elecciones, entre lo que exigen los principios y lo que te pide el cuerpo y lo que imponen las circunstancias porque la democracia es un sistema para convivir en condiciones de profundo, permanente, continuado desacuerdo y solo en situaciones concretas se impone acordar. 

Decidme, ¿unas terceras elecciones sin expectativas, sin esperanzas, sin solución de continuidad eran una de esas situaciones? Porque sé muy bien el prestigio que tienen el enfrentamiento, el antagonismo y la confrontación en la inhóspita vida política española, pero también sé que la incapacidad para el acuerdo se paga siempre y que siempre se paga a un precio muy alto, al precio de la degradación de las instituciones, y si las instituciones se debilitan, el país no es creíble. 

Pertenezco a una generación que a diferencia de otras posteriores que lo dan todo por supuesto, saben que no existieron siempre, que fue muy duro crearlas, que es más fácil perderlas que ganarlas y que a veces hay que arremangarse y meter las manos y los brazos, otros lo llaman ensuciarse, para sujetarlas y consolidarlas. 

Y sé también que en la crisis financiera más dura, más profunda que ha tenido el capitalismo desde 1929, la estabilidad política e institucional es un factor económico fundamental y por eso al final el tiempo dará o quitará razones, nos la dará a todos o me la quitará a mí, pero nadie podrá decir que este partido no ha sido otra vez leal a su país. 

Éste el más viejo y el más nuevo de todos los partidos, el único que hoy tiene un planteamiento alternativo a la derecha liberal, al nacionalismo identitario y al populismo radical. Antes os hablaba de la oposición. De que estábamos en la oposición. Y hay partidos que se sienten cómodos en ella, que tienen vocación de oposición, pero nosotros no. 

Tenemos vocación de gobierno, de alternativa, pero ser alternativa no es genético. No basta con sumar la segunda fuerza política de un arco parlamentario. Las alternativas hay que construirlas sabiendo que lo difícil no está en estar en la oposición, lo difícil es hacer oposición. Lo difícil es hacer de la oposición un espacio político que al proporcionar oportunidades a la gente nos dé a nosotros respetabilidad de gobierno, nos haga verosímiles como futuro partido de gobierno. Eso es lo difícil. Eso es hacer oposición. 

Hoy hay un gobierno en minoría en el parlamento. Hay varias alternativas a esa mayoría, pero todas pasan por nosotros, por el Grupo Parlamentario Socialista que es el eje de todas las combinaciones posibles y si hay que negociar con el gobierno, se hace. Si hay que formar una alternativa para frenar o derrotar a ese gobierno, se hace también. Si hay que asumir acuerdos institucionales se asumen y si hay que salir a la calle con los sindicatos, nos movilizamos con ellos. 

Son dos meses, poco más de dos meses y no hemos confundido oposición con agresión ni hemos renunciado a nada porque hay un momento en que toda oposición tiene que elegir entre ser tribuno de la plebe o marcarse como objetivo volver a gobernar. Nosotros elegimos gobernar y elegimos gobernar siendo mayoría y sabemos que eso no es fácil porque hemos perdido la confianza de una parte de la ciudadanía. 

En gran medida la hemos perdido por nosotros mismos, por nuestra endogamia, por nuestro ombliguismo, por ese incendio, ese fuego interior que nos bloquea y que paraliza nuestra imagen y nuestra acción exterior porque hace tiempo que la agenda del partido no camina de la mano de la agenda del país y desde entonces los ciudadanos no saben de lo que hablamos, de lo que discutimos o por qué peleamos los socialistas. 

Lo que saben es que no tiene nada que ver con ellos. Lo que saben es que sus preocupaciones van por un lado y las de los socialistas van por otro. Y lo que yo quiero proponeros hoy es que la agenda del partido vuelva a caminar de la mano de la agenda de España. Aprovechemos estos tres meses para reflexionar sobre asuntos esenciales para nosotros y para España y a partir de ahí que las preocupaciones y las de los ciudadanos vuelvan a rimar. 

Los campos de debates están ahí y son sencillos: empleo, reforzamiento del Estado social, la calidad del espacio público, la autonomía política, la planta política del país, la construcción europea. Es verdad que he escuchado y he leído que ¿para qué? si se hizo en 2013 la Conferencia Política, que estuvo muy bien. Pero la pregunta es que en esta sociedad en la que todo se mueve, cambia, se reformula, ¿aquí todo ha estado quieto, mineralizado? 

Porque en 2013 no crecíamos al 3%, en 2013 no había emergido Podemos a nuestra izquierda, en 2013 no era explícito como ahora un proceso de secesión liderado por cargos electos que representan a las instituciones de autogobierno de Cataluña. En 2013 no había ocurrido el Brexit. He escuchado también que al final la reflexión es otro nombre de la manipulación que no es reflexionar, que es dilatar, que es que el tiempo haga su trabajo y elimine a la memoria , que es que llegue el olvido, que el viento del olvido “cuando sopla, mata” – que decía Cernuda-. 

Pues sabed , que yo no quiero olvidar nada y estoy dispuesto a debatir de todo, pero me parece imprescindible que hagamos un debate profundo sobre todas estas cosas y que no lo sustituyamos por uno de brocha gorda, uno de frase demagógica, de frase corta. ¿Podemos hablar de nosotros? Si. Ahí he escuchado que hay que pensar en la propia auto organización. Me parece bien, al fin y al cabo un partido reformista siempre debe estar dispuesto a reformarse a sí mismo. 

Pero, creo absolutamente indispensable que un partido de gobierno, un partido socialdemócrata sepa cómo va -o tenga claro- como acometer la pobreza material, no sea que no pueda por su pobreza de ideas.

Las reflexiones que tenemos que hacer, ¿cuáles serán? Vosotros diréis. A mí me parece que necesitamos esa narración, que necesitamos una historia que contar, una historia que empiece por decir cómo vamos a luchar juntos contra el crecimiento de la desigualdad. 

Una historia que diga que la desigualdad es un riesgo para la economía, es una amenaza para la democracia; tened en cuenta que nuestros adversarios son los que promueven o los que se benefician de la desigualdad. Una historia que diga que no es posible la eficiencia económica, ni es posible la calidad democrática, ni es posible la cohesión social sino colocamos en el centro, en el corazón mismo de nuestras políticas el combate contra la desigualdad. 

Es una historia que habla de nosotros, de un partido socialista obrero y federal pero que es un partido de gobierno, un partido de mayorías y que convoca a esa gente, como lo ha hecho otras veces, que no es socialista, ni obrera, ni federal. 

Muchas veces hemos apelado a ellos, a los pequeños empresarios, a los profesionales libres, las clases medias urbanas, los profesores, los burócratas, funcionarios… pero ahora, la historia debe decir que también incorporamos a los creadores, a los investigadores, a los innovadores, a los emprendedores –las figuras centrales del nuevo paradigma productivo-. 

Y tendremos que decir que esa gente investiga más y emprende más e innova mejor en sociedades cohesionadas, en sociedades que tienen unos servicios públicos sólidos, universales, porque son más seguras, porque son más estables, porque son más humanas, más vivibles, más habitables. Esa es la historia que tenemos que contar; historia de una gente que quiere cambiar pero que no quiere romper los equilibrios básicos de la sociedad; gente que ve cómo se la está proletarizando, cómo se fragiliza el contrato social. 

Una historia que hable de gente rural, de un campo que se está despoblando, que está envejeciendo, pero que hable de lo urbano, porque es ahí, en lo urbano, donde se produce la mayor desafección, y se produce porque no hemos sido capaces de plantear políticas contra la incertidumbre, contra la desprotección, contra el parón del ascensor social. 

Porque, es ahí, en lo urbano, dónde se genera la mayor productividad económica, y cultural. Pero también el escenario dónde se dan la soledad, el miedo, la marginación, la exclusión social, es decir, el espacio donde se concentran todas las patologías de la modernidad. Y la historia, que debemos contar, que tenemos que contar, habla de un país, un país extraño donde se da una extraordinaria vinculación entre geografía y política. 

Por eso, el mayor problema para los ciudadanos es el paro, pero lo que más nos divide es el modelo de Estado. Por eso tenemos nosotros una historia, una historia que dice que como no se puede centralizar la identidad, tampoco se puede centralizar el poder. Por eso construimos un Estado federal. 

Y por eso tenemos su perímetro hecho en Granada que, por cierto, al margen de esa historia, yo escucho decir a todo el mundo en el partido que estamos en Granada y me parece estupendo, pero luego oigo hablar de otras cosas: de naciones, de naciones de naciones, de soberanías compartidas, de Estado plurinacional o de vínculos o alianzas para gobernar ese Estado con fuerzas políticas que consideran que los pueblos de España son unidades de legítima decisión que, cuando lo consideran oportuno, pueden irse. 

Y no es que yo quiera reabrir nada, pero tampoco podemos cerrar ese debate en falso. La historia que tenemos que contar, compañeros y compañeras, habla de que hubo tiempos en que la gente tuvo que elegir. Thomas Mann tuvo que elegir. Prefirió ser un buen ciudadano a un buen alemán. Aquí, en España, nadie va a tener que elegir entre ser un buen ciudadano o un buen español, o un buen catalán, o un buen aragonés. Nadie va a tener que elegir. 

Pero sí tenemos que tener claro que es la ciudadanía, y no la identidad, quien debe vertebrar el núcleo de nuestra política, porque es la ciudadanía la que nos permite decirles a los nacionalistas que si no quieren ser nuestros compatriotas, tendrán que ser nuestros conciudadanos; decirles que no pretendemos que se sientan miembros de la nación española pero que sean ciudadanos del Estado español. 

Ya sé que esto del Estado español suena al monstruo frío de la Dictadura, pero el Estado es el único instrumento que tenemos para realizar un ideal de justicia que se concrete en leyes. Sí, es un instrumento, la nación es otra cosa, es un sentimiento, y por eso, el discurso de la razón, nuestro discurso, es frío; es frío porque no activa estructuras mentales muy primitivas que tienen que ver con la tribu y el grupo; es frío el discurso de la razón, pero es el único que funda un espacio público en el que mi conciudadano es aquel que ha concluido los trámites para serlo y lo es hasta el límite y en cualquier condición. 

Compañeros, veréis, hace cuarenta años que la identidad española se reformuló a sí misma y se convirtió en moderna, democrática, constitucional y dual con las Comunidades Autónomas. Y esa identidad, como todas, sigue reformulándose. Yo pensaba -seguramente vosotros también- hace unos años, que ahora mismo sería triple con la europea porque, entonces, veíamos como emergía Europa como un sujeto político imparable mientras la era de los nacionalismos tocaba a su fin. 

Ahora no podemos estar seguros de eso pero tenemos que tener nuestra historia también de Europa. Porque Europa sigue siendo la única utopía política existente y tenemos que decir que en esa historia que no queremos una Europa neomedieval, que aparezcan reinos, principados o republicas aristocráticas, se llamen Flandes, Escocia, Cataluña, Valonia o Venecia. 

No queremos que los estados se fragmenten y se rompan en Europa pero sabemos que los estados ya no pueden construir Europa. Sabemos que no puede haber una Europa confederal de los Estados-Nación ni una Europa funcionarial de la Comisión y que si Europa quiere avanzar tiene que pasar de “Nosotros, los estados” a “Nosotros, los ciudadanos”, y hay que decirlo ahora. 

Ahora, cuando no se sabe si Europa avanza o retrocede, si nace o aborta, pero ahora, recordad que hay cientos de miles, no cientos de miles, millones de hombres y mujeres que están dispuestos a morir para entrar en ella y esa es otra historia que debemos contar. Compañeros, compañeras, termino ya. 

Yo sólo soy el Presidente de una Comisión Gestora, es decir, de una dirección provisional. No debía cuestionarse que sea dirección pero sé que se cuestiona y que es provisional, es incuestionable e indiscutible. Alguien que está en lo provisional siempre piensa en lo efectivo y quién vendrá detrás y qué legado le va a dejar. Hay un legado exterior y otro interior, otro nuestro. Hacia fuera está marcado por lo que somos, por la moderación. 

Yo siempre he sido un hombre moderado. La moderación que es la que me hace no hacer del adversario un enemigo porque si hacemos del adversario el enemigo, renunciamos al diálogo. Y si renunciamos al diálogo, renunciamos al Parlamento y si renunciamos al Parlamento, renunciamos a la política. La política se hace allí y hemos querido hacer política en el Parlamento y, a veces, no lo hacemos por algo sino contra algo, para cerrar el paso a lo peor, pero es el equilibrio entre aquellas amenazas que podamos parar y aquellas oportunidades que podamos conseguir lo que nos va a dar reputación como partido en la oposición y credibilidad como partido de Gobierno. 

Y eso que hemos hecho, esa apertura del espacio, bueno, para negociar una nueva ley educativa o la reforma laboral; todas esas cosas están rodeadas por un perímetro, eso que llaman el perímetro de los acuerdos. Un perímetro que es la Constitución, que tiene sus propias fórmulas para modificarse por el Estado Social, por una economía de mercado al servicio del interés general, la unidad descentralizada de España y el encaje en Europa. 

Y es que dentro de ese perímetro, todo, fuera de él, nada, porque, además, ese perímetro lo hemos construido nosotros. Hay quien quiere impugnarlo. Yo creo que no debemos ayudarlos a hacer una enmienda a la totalidad a nosotros mismos. Y dentro, prefiero que lo juzguéis vosotros. Hubo quien planteó que intentábamos asfixiar el latido democrático del partido, pero ya veis que no es así. Pronto tendremos en mayo un proceso abierto, transparente y participativo. 

Se presentarán aquellos candidatos que lo consideren oportuno y lo único que les pido yo a los candidatos es respeto, respeto entre ellos, respeto a los procedimientos, respeto al partido porque es eso, respeto, lo que debemos trasladar a la gente. Es eso lo que les dice que somos como ellos, que estamos aquí por ellos, que hacemos política para ellos y que lo que queremos es eso, que no nos vean solo como alguien que le pide cada x años su voto, sino alguien que lo ve como un conciudadano y permanentemente, quiere su respeto. Nada más y muchas gracias, compañeros y compañeras”

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