El señor HERNANDO VERA: Señor presidente, señorías, señor candidato, el próximo año se
cumplirán cuarenta años de las primeras elecciones libres desde la II República. Desde entonces el
pueblo español ha tenido la oportunidad de ejercer su derecho al voto en once elecciones generales. En
estos casi cuarenta años la ciudadanía española ha expresado su voluntad a través de las urnas,
determinando así la composición del Parlamento, que es el reflejo de la evolución de la sociedad española.
En este periodo el Parlamento ha tenido composiciones muy distintas y ha dado lugar a diferentes
composiciones de gobiernos, con gobiernos de mayorías absolutas, acuerdos de legislatura o gobiernos
en minoría. Pero, señorías, da la impresión de que el tiempo de las mayorías absolutas se fue para no
volver. A algunos les podrá causar melancolía, otros entenderán que era un tiempo mucho más confortable,
que era más cómodo traer leyes al Parlamento y sacarlas al ritmo de una marcha militar, pero, insisto,
olvidemos aquel confort, porque aquel confort no volverá.
Si lo que pretenden algunos es repetir las elecciones hasta que nos acerquemos a aquellas mayorías, tan cómodas en el Parlamento pero tan
alejadas de la España actual, es que aún no se han dado cuenta de que el futuro ya no es lo que era. El
20 de diciembre las urnas volvieron a hablar, y lo primero que dijeron es que por primera vez en la etapa
democrática los españoles no renovaban su confianza mayoritaria al presidente en ejercicio tras su primer
y único mandato.
Las urnas han dicho además algo muy claro: que los españoles de hoy no están
dispuestos a dar mayorías aplastantes o destacadas de unos frente a otros. Somos los aquí presentes los
responsables de interpretar el mensaje y de gestionar este mandato. Ahora es nuestra hora, el tiempo en
el que los 350 diputados y diputadas tenemos que dar impulso al motor que hará posible que la XI
legislatura eche a andar.
En estos días hemos oído con cierta sorpresa a algunos que dicen que no temen al nuevo proceso
electoral, pero no se trata del temor o del arrojo que cada uno de nosotros pueda tener ante un nuevo
proceso electoral; no, señorías, no se trata de nosotros, se trata de España, o lo que es lo mismo, se trata
de cada uno de los 45 millones de ciudadanos que vivimos en este país. Se trata de que si las elecciones
son a finales de junio no habrá Gobierno hasta septiembre.
¿Alguien de verdad cree que este país se
puede permitir el lujo o la irresponsabilidad de estar con un Gobierno en funciones durante nueve meses?
¿Y si el resultado de esas elecciones es aproximadamente el mismo que tenemos ahora? Entonces, ¿qué
les decimos a los ciudadanos? ¿Que se han equivocado de nuevo? ¿Que queremos otro proceso electoral
hasta que alguno de nosotros obtenga una cómoda mayoría que le permita gobernar como en el pasado?
Me da la impresión de que esa no es la respuesta que los ciudadanos esperan de nosotros.
Los que se
han apresurado a tirar la toalla, a pedir nuevas elecciones, ¿han pensado de verdad en lo que quiere la
ciudadanía? Humildemente, creo que los ciudadanos y las ciudadanas de este país no quieren repetir
elecciones, porque ya han cumplido con su obligación votando; lo que quieren, porque lo necesitan, es
tener un Gobierno y un Parlamento que sin dilación empiecen a dar respuesta a sus problemas y
necesidades.
La pregunta es: ¿Qué excusa van a poner algunos para justificar que esto no es posible?
La trayectoria democrática de nuestro país es ya lo suficientemente larga y sólida como para ofrecer
valiosos aprendizajes que deberíamos intentar aprovechar durante estos días. La falta de mayorías
absolutas en las legislaturas de 1977 y 1979 no impidió que España pusiese en marcha los grandes
cambios que han cimentado el desarrollo de nuestro sistema democrático. Les daré algunos ejemplos de
la época.
En tres años se aprobó la Constitución, se suscribieron los Pactos de la Moncloa y se aprobaron
la Ley de Amnistía, la reforma fiscal y el Estatuto de los Trabajadores. Entre 1979 y 1981 se impulsó el
proceso autonómico, con la aprobación, primero, del Estatuto de Autonomía de Cataluña; después, del del
País Vasco; después, del de Galicia y, después, del de Andalucía. No está nada mal para unas Cortes
Generales y un Gobierno que no tenía mayoría absoluta.
Quizás a lo que renunciaron nuestros
predecesores fue a darse lecciones entre ellos, y miren que entonces esa hubiese sido una fácil tentación.
Aquí estaban los del exilio de fuera y los del exilio interior, los represaliados, los que habían sido
clandestinos y los que les habían perseguido y encarcelado. Sin embargo, ninguno de ellos pecó de los
dos males que nos aquejan aquí y ahora: el adanismo y el inmovilismo. (Aplausos).
Aquellas Cortes,
como las sucesivas, estuvieron formadas por personas de diferentes procedencias, origen social, situación
de clase, formación educativa y, por supuesto, opción ideológica: desde abogados del Estado a obreros
metalúrgicos, desde catedráticos a electricistas, desde ministros del antiguo régimen a ministros que
habían aspirado el aire ominoso de los hornos de Buchenwald. Todos estuvieron aquí antes que nosotros,
y no, señorías, no somos los primeros ni seremos los últimos. Sin embargo, aquellos que sí fueron los
primeros renunciaron a dar lecciones de superioridad moral a pesar del sufrimiento y del padecimiento
que portaban a sus espaldas.
El adanismo de unos y el inmovilismo de otros hubieran llevado a aquellas
primeras Cortes al fracaso. El adanismo hoy se traduce en pensar y actuar como si algunos de estos
escaños estuvieran ocupados por personas que acarrean largos sufrimientos e historias de cárcel,
revolucionarios que han vivido el exilio, las luchas y las humillaciones, y no. Afortunadamente para todos
nosotros —porque esa es una conquista colectiva de este país—, ninguno de los presentes puede alegar
las historias legendarias de los que formaron parte de las primeras Cortes democráticas.
Afortunadamente
para este país, ninguno de los presentes puede arrogarse ser el único representante de una clase, del
sufrimiento de unos ciudadanos, de un movimiento o del padecimiento de un colectivo. Aquí no hay
historias únicas e irrepetibles por mucho que se empeñen en escenificarlas. Por eso, también ayudaría
mucho que algunos renunciasen a erigirse en los adanes de las Cortes. (Aplausos).
Muestras de inmovilismo las hemos tenido a lo largo de toda la legislatura pasada —quizás algunos
de los más graves problemas que vivimos ahora son consecuencia de la inacción—, pero el colmo del inmovilismo, señorías, la quintaesencia de una actitud inmovilista es pretender la paralización del
calendario de investidura, declinando que el jefe del Estado proponga el nombre de un candidato.
Eso sí
que es grave, porque se puede esperar que el paso del tiempo resuelva algún problema e incluso se
puede pensar que el transcurso del tiempo puede facilitar la solución o el consenso en determinados
asuntos, pero declinar tomar la iniciativa en un procedimiento tasado constitucionalmente, haciendo
cálculos estratégicos o fintas parlamentarias, impidiendo de este modo que con ello empiece a contar el
plazo de dos meses, es el inmovilismo en estado puro, el inmovilismo trasladado a las instituciones y, por
ende, a un país y a toda su ciudadanía. Imaginemos que todas las fuerzas políticas hubiésemos actuado
de la misma forma.
Si ese inmovilismo se hubiera traducido en no actuar, en no hacer, en no dar el paso,
en no arriesgarse, ¿qué hubiera pasado? Claramente, esa no fue la opción del candidato del Partido
Socialista a la Presidencia del Gobierno, que prefirió dar el paso y dar la cara. Lo contrario era esconderse
a la espera de una correlación más favorable, de una coyuntura distinta, de que el tiempo resolviese el
problema aritmético al que alguno no quería o no podía enfrentarse. Ese dejar hacer o dejar pasar es la
prueba irrefutable de que algunos solo piensan en sus propios intereses y en los de su partido y les trae
sin cuidado el interés general de este país.
Al minuto siguiente del cierre de las urnas, somos los electos
los que tenemos que empezar a demostrar si estamos a la altura de los electores que nos han sentado en
estos escaños. La iniciativa, bajo el atento y exigente escrutinio de los electores, se tenía que desarrollar
en esta casa, y el principal esfuerzo había que hacerlo con los otros, con los que se pretendía llegar a
acuerdos concretos que supusieran cambios concretos, y la mayor de las energías había que desplegarla
con grupos parlamentarios llamados a protagonizar el tiempo del cambio.
Así lo hemos hecho y así lo
hemos intentado hacer. Cambio es acción de cambiar, pero no confundamos a nadie. Uno de los atributos
fundamentales del cambio en este tiempo es que el mismo no se puede impulsar con los que están en el
poder aquí y ahora. El 2 de marzo de 2016, cambio significa, sobre todo, pasar página de los comportamientos
que suponen un día sí y otro también un auténtico escarnio para las instituciones y una burla generalizada
a la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país, que en su devenir cotidiano se comportan con
rectitud, con honradez y con decencia.
Pero si graves son los comportamientos de enriquecimiento
individual, mucho más grave es el comportamiento colectivo de aquellos que se han podido financiar
irregularmente, socavando los cimientos mismos de la democracia, porque ese comportamiento colectivo
constituye la base de una desigualdad de medios, de instrumentos y de capacidades que supone que en
muchas contiendas electorales algunos hayan participado con ventaja.
Dice Rawls, en su Teoría de la
Justicia, que las libertades protegidas por el principio de participación pierden mucho de su valor cuando
aquellos que tienen mayores recursos privados pueden usar sus ventajas para controlar el curso del
debate político. Por eso, señorías, deberíamos concluir que el cambio no puede venir de la mano de
aquellos que ilegalmente hayan dispuesto de mayores recursos privados para controlar el debate político
o para enfrentarse a las contiendas electorales a lo largo de los últimos veinte años. (Aplausos).
Decía que el esfuerzo en este tiempo de ilusión y esperanza, a la par que de zozobra y dificultades,
deberíamos protagonizarlo cada uno de nosotros y cada una de nuestras organizaciones. Era y es el
momento de poner en práctica lo mejor de la democracia representativa, ejerciendo cada uno su
responsabilidad, arriesgándose, asumiendo incluso la posibilidad de fracasar, y eso es lo que ha hecho el
candidato a la Presidencia del Gobierno.
El candidato a la Presidencia del Gobierno lo es con un acuerdo
firmado con el Grupo Parlamentario Ciudadanos. Y antes de entrar una vez más en el acuerdo, quiero
dedicarle unos instantes al procedimiento. La actitud con la que hemos acudido a esas mesas de
negociación no ha sido la de ganar. A un debate televisivo o electoral se va a ganar, a que tus argumentos,
tu habilidad dialéctica, tu brillantez o reflejos derroten al adversario; a la negociación de un pacto, si alguno
de los interlocutores va a ganar, pierden todos.
Quizás esa cultura aún no se ha asumido en toda su
extensión y declinaciones en el conjunto de la Cámara. A la negociación de este acuerdo hemos acudido
a buscar comunes denominadores, sin apriorismos, dejando a un lado lo que nos aleja, para buscar los
consensos sobre lo que es más urgente, porque aquí, señorías, se trata de responder a las urgencias,
pero no a nuestras urgencias ni a las de nuestras organizaciones ni a las de nuestros programas
electorales, sino a las urgencias de la ciudadanía, que quiere soluciones concretas a los problemas
cotidianos, y la cuestión es que muchos de esos problemas tienen soluciones que pueden ser consensuadas,
que pueden confeccionarse con parte de lo que proponemos cada uno a través del diálogo.
Ese consenso
sirve para buscar soluciones, para gobernar la cosa pública, pero, sinceramente, si de lo que se trata es
de tomar territorios al asalto, entonces el consenso es una herramienta prescindible, es más, es un
instrumento que estorba a los asaltantes tertulias políticas, análisis de expertos sobre qué ingredientes debe tener todo intento de búsqueda de
acuerdo para alcanzar el éxito. Hay opiniones para todos los gustos, pero quizás también en esto hay un
común denominador: el realismo. Sin embargo, en este caso realismo no es sinónimo de realidad, sino de
huida de la ensoñación de hacer realidad nuestras propias propuestas y solo esas, las nuestras.
Realismo
es autocontención, mesura, humildad o modestia. Estas son actitudes imprescindibles para la búsqueda
de lugares comunes, de territorios más amplios, de horizontes más lejanos. Realismo, señorías, es tener
esa actitud, y lo contrario es la búsqueda calculada del disenso o la justificación, muchas veces más por
una cuestión de forma que de fondo, de la ruptura. También es realismo lo que hacen los Gobiernos de
Madrid, Barcelona o Cádiz.
El Gobierno municipal de Madrid, que durante la campaña se comprometió a
la remunicipalización de los servicios de limpieza y de jardinería, reconoce ahora las dificultades para la
reversión de los contratos por motivos jurídicos y económicos, y lo mismo ha sucedido en Zaragoza o en
Cádiz con la remunicipalización de otros servicios públicos. Otro ejemplo de realismo lo podríamos
observar en el Gobierno municipal de Barcelona, que impulsó el llamado Compromiso de las escaleras,
para no renovar ninguna contratación pública de servicios con determinada empresa de telefonía.
¿Saben
lo que ha pasado? Que se ha tenido que prorrogar seis meses más e incluso se va a una tercera prórroga,
porque se han dado cuenta de la dificultad de introducir nuevas condiciones mientras dura la licitación.
Sinceramente, estoy convencido de que todos los miembros de esas candidaturas tenían mejores
intenciones cuando hicieron sus programas, pero pecaron entonces de una falta de realismo que están
teniendo que aplicar ahora. (Aplausos).
Por cierto, en relación con esos Gobiernos municipales, nosotros antepusimos los deseos de cambio
expresados por los ciudadanos a la literalidad de las propuestas concretas de sus proyectos. Se trataba
de interpretar bien las prioridades, y en ese momento el PSOE no dudó: facilitamos el cambio. ¿Y qué
pedimos a cambio? Se lo diré en tres palabras: nada de nada; porque el deseo de cambio de Madrid, de
Cádiz, de Zaragoza, de Barcelona o de otras ciudades estaba por encima de los intereses de cada partido.
Son ejemplos que traigo a colación para que algún grupo pueda reflexionar mirándose en espejos
cercanos, porque por desgracia esta noche algunos van a retrasar el cambio votando lo mismo que el
Partido Popular contra las políticas del Partido Popular. (Aplausos).
Hace algunos meses alguien dijo en un alarde típico de modestia, de humildad, aquello de que el
PSOE tendría que elegir entre hacerle presidente del Gobierno a él o apoyar al actual presidente. La
realidad a veces es tozuda y ha desmentido a aquel portavoz invirtiendo las tornas.
Ahora se trata de
hacer presidente a un socialista, a Pedro Sánchez, o permitir que continúe el presidente en funciones. Esa
es la disyuntiva, y ahí nos vamos a retratar todos y todas.
Cuando en unos instantes emitamos nuestro voto, este va a contener la polisemia de un mensaje que
responde a muchas preguntas, porque sí, el voto es polisémico y cuando se diga sí o no, se va a decir sí
o no a más cosas que al candidato a la Presidencia del Gobierno.
Se va a decir sí o no a un amplio y
extenso capítulo de radical lucha por la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción que se
contiene en las páginas 41, 48 y 51 de este pacto. Cuando se vote esta tarde se va a decir sí o no a un
plan de emergencia social de la página 31; a la supresión de los copagos a pensionistas y dependientes
de la página 35; a recuperar los objetivos de la Ley de Dependencia de la página 36; a la paralización de
la Lomce de la página 26. Van a votar sí o no al plan de choque por el empleo de la página 21; al plan de
recolocación para mayores de 45 años de la página 23; al plan de ayudas y formación para 800.000
jóvenes de la página 24.
Van a votar sí o no a la inembargabilidad de la vivienda habitual de familias con
dificultades de la página 10; a restablecer la universalidad de la sanidad de la página 33; o a acabar con
la pobreza energética de la página 32. ¿Sí o no, señorías? (Aplausos). ¿Es que acaso no tiene valor
garantizar la igualdad salarial entre hombres y mujeres de la página 37 o el pacto de Estado contra la
violencia de género que se compromete en la página 41?
¿Y hay algunos que van a votar que no a esto?
Pues luego salen y lo explican. ¿Acaso no es relevante la modificación del artículo 135 de la Constitución
para garantizar la estabilidad social que se compromete en la página 65 o revisar las bases del sistema
electoral o recuperar el consenso en el seno del Pacto de Toledo para garantizar la sostenibilidad y la
suficiencia de las pensiones? Pues algunos van a votar no.
Todas y cada una de estas propuestas son importantes, son fundamentales porque todas y cada una
de ellas tienen cara y ojos. Afectan a personas concretas, a problemas concretos de millones de
ciudadanos.
Estas propuestas significan atacar a las imperfecciones del sistema, a la cicatería de algunos
servicios o a los abusos del poder. Con el acuerdo presentado por el candidato a la investidura se pretende atender a las frustraciones de muchas personas que se han visto marginadas por las políticas que se han
puesto en práctica en los últimos años. Con el programa con el que Pedro Sánchez se presenta a esta
investidura pretendemos sacar a este país de los síntomas de parálisis y desilusión que recorren ministerios
y centros de decisión.
Este acuerdo alcanza todo su protagonismo porque trasciende las decisiones de un
programa de Gobierno acordado con otra fuerza política, para adquirir una dimensión simbólica de lo que
tendrá que ser a partir de ahora la política en España: un terreno para el diálogo, la concertación y el
acuerdo. Tendremos que recuperar el espíritu de 1977 porque la práctica del consenso se oxidó por el
desuso. Ahora se tendrá que reactivar y se tendrá que engrasar.
Hace más de treinta años este país dio una lección de concordia al mundo, y lo incomprensible es que
hoy, treinta y ocho años después, con la experiencia democrática que tenemos de práctica en las
instituciones, de vida en plena libertad, no seamos capaces ni siquiera de sentarnos a dialogar. Quizás la
diferencia entre los protagonistas de entonces y los actuales es que aquellos tenían más ganas de ser y
de hacer que de estar y figurar.
Ojalá esto cambie en poco tiempo. (Aplausos).
Señor presidente, señorías, el PSOE ha cumplido ciento treinta y siete años de historia. Los diputados
y diputadas aquí presentes somos herederos de los primeros socialistas del siglo XIX que desde pequeños
talleres, desde las minas o desde las grandes fábricas alzaron su voz rota para gritar libertad; somos
herederos de los socialistas que derramaron lágrimas secas en las cárceles de la dictadura o el exilio;
somos herederos de los miles y miles de obreros que en los años setenta del siglo pasado conquistaron
la libertad sindical y también somos herederos y estamos orgullosos de los Gobiernos de Felipe González
y de José Luís Rodríguez Zapatero. (Aplausos).
Gobiernos que levantaron el Estado del bienestar, que
construyeron la sanidad universal y la enseñanza pública y gratuita para todos. Somos hijos de los
Gobiernos que rompieron el muro infranqueable de los Pirineos para integrar a España en la Unión
Europea. Somos hijos de los que ampliaron las libertades, de hombres y mujeres de los que estamos
orgullosos, a pesar de que hoy se les haya pretendido insultar y manchar con cal, personas que hicieron
de la igualdad y de la libertad su bandera y que la conquistaron, señorías. (Aplausos).
Termino ya, señorías. Hoy también quiero expresar, cómo no, a Pedro Sánchez todo el apoyo y el
máximo reconocimiento de su grupo, del Grupo Socialista. Queremos agradecer su responsabilidad y su
determinación para buscar el acuerdo mirando al futuro sin ira y dejando a un lado los agravios. El futuro
es de los valientes; es una contracción de una cita más larga de Víctor Hugo, que dice: El futuro tiene
muchos nombres: para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido y para los
valientes es la oportunidad.
El Grupo Parlamentario Socialista quiere reconocer el valor y la responsabilidad
de un candidato que ha querido dar una oportunidad a millones de ciudadanos que no lo están pasando
bien y que en estos momentos nos están mirando.
Gracias.
El señor PRESIDENTE: Gracias, señor Hernando. (Prolongados aplausos de las señoras y los
señores diputados del Grupo Parlamentario Socialista, puestos en pie).
Señor candidato, tiene la palabra.
El señor SÁNCHEZ PÉREZ-CASTEJÓN (Candidato a la Presidencia del Gobierno): Gracias, señor
presidente.
Sirvan unas breves palabras, en primer lugar, para agradecer de corazón a mi grupo parlamentario su
apoyo, su apoyo y su cariño. Quiero decirles que hemos cumplido en esta sesión de investidura con los
tres objetivos que me marqué y que expuse ayer a toda la Cámara. El primero de ellos, el objetivo ante los
españoles de demostrarles que el Partido Socialista es un instrumento de cambio que ha interpretado bien
los datos del resultado electoral del pasado 20 de diciembre y que seguirá siendo una fuerza del cambio
que tiende la mano al resto de formaciones políticas.
El segundo de los objetivos era con todos y todas
sus señorías, con los 350 diputados y, sobre todo, con aquellas formaciones parlamentarias que
representan el cambio para demostrarles en ese acuerdo que hemos forjado con el Grupo Parlamentario
Ciudadanos que el cambio es posible gracias al acuerdo y al diálogo. En ese sentido, me gustaría volver
a reconocer el trabajo del señor Rivera y del Grupo Parlamentario Ciudadanos.
Y, en tercer lugar, con las
instituciones del Estado. Teníamos un objetivo con las instituciones del Estado porque, por fin, hoy y el
próximo viernes se vuelve a poner en marcha el reloj de la democracia que había paralizado quien hoy no
está aquí, que es el señor Rajoy. ¿Se imaginan ustedes, señorías, qué hubiera pasado en este país si yo
hubiera dicho que no al rey? ¿En qué situación se encontraría el sistema democrático en nuestro país?
Por tanto, nosotros ejercimos nuestra responsabilidad y dimos un paso al frente para desbloquear la
situación política en la democracia de nuestro país.
Hasta aquí mi muestra de afecto, de reconocimiento y de orgullo de ser el presidente del Grupo
Parlamentario Socialista y también el secretario general del Partido Socialista.
Como dije al principio de
mi primera intervención en el día de ayer, estamos aquí convocados 350 diputados y diputadas, a los
cuales los españoles nos han mandatado encontrar una solución política y, en consecuencia, el acuerdo
que nosotros sometemos a su valoración, a su consideración, y a su voto obedece a tres compromisos
claros: en primer lugar, sacar a España de la situación de bloqueo actual; en segundo lugar, pongamos en
marcha el cambio, y, en tercer lugar, arranquemos a la velocidad que acordemos las fuerzas del cambio,
pero avancemos.
Ante esa votación, señorías, todos y cada uno de nosotros, sobre todo las fuerzas
parlamentarias del cambio, podremos votar sí o no. Nosotros, señorías, ya hemos decidido, vamos a votar
que sí.
Muchísimas gracias. (Aplausos).
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