Señora Presidenta, señoras y señores diputados, Buenos días.
No se va a romper España, no se va a romper la Constitución. Aquí lo que se va
a romper es el bloqueo al Gobierno progresista democráticamente elegido por
los españoles.
Comparezco ante este Congreso de los Diputados, en virtud de lo dispuesto en
el artículo 99 de la Constitución, al objeto de obtener la confianza mayoritaria de
la Cámara para ser investido Presidente del Gobierno.
Antes de exponer el programa de gobierno, quiero hacer dos reflexiones de
partida.
Una de carácter personal: el honor que representa para mí, como demócrata,
como ciudadano y como español, tener la ocasión de obtener la confianza de la
Cámara y de poder dirigirme a la Nación desde esta tribuna.
Otra de carácter político, directamente vinculada a lo que este momento
representa: el punto de partida de un nuevo tiempo para España, en el que todos
los aquí presentes estamos llamados a participar.
Unidos a estos sentimientos, permítanme transmitir un agradecimiento sincero.
En primer lugar, al conjunto de la ciudadanía, por su paciencia; y por su
compromiso con la democracia. Los datos de participación en todas las citas
electorales en el año pasado, evidencia la extraordinaria fortaleza de nuestra
democracia.
En segundo lugar, un agradecimiento a mi partido, el Partido Socialista Obrero
Español. Gracias, compañeros y compañeras, por la enorme confianza que
depositáis en mí.
Es un honor para mí representar en vuestro nombre a una
fuerza política que representa también la historia viva de España.
Señorías,
El pasado 10 de noviembre, los españoles fueron de nuevo a las urnas. Y
señalaron una preferencia clara: situaron al Partido Socialista como primera
fuerza a gran distancia de la siguiente.
No era ni mucho menos la primera vez que los ciudadanos eran convocados a
las urnas. Nada menos que cinco veces han votado en el último año, y en las
cinco elecciones han dado una mayoría clara al Partido Socialista.
No solo el PSOE es la fuerza más votada, y por ello quien tiene mayor número
de representantes. Con los resultados de las últimas elecciones, y una vez
manifestada la posición de cada formación, no cabía otra mayoría como la que
hoy vamos a presentar. Aunque ya hemos visto que sí puede haber una mayoría
de bloqueo suficiente para impedir que se forme cualquier gobierno.
Pero las elecciones arrojaron también, Señorías, otro resultado sobresaliente:
los españoles, al elegir a sus representantes, repartieron sus preferencias entre
19 fuerzas políticas diferentes. El mayor número de partidos representados en la
Cámara Baja desde el inicio de nuestra democracia.
Esa es la voluntad de los españoles y nos corresponde a nosotros, a todos
nosotros, traducirla en Gobierno. Insisto, no somos nosotros quienes hemos
decidido la conformación de esta Cámara, han sido con su voto los españoles.
Y a nosotros nos corresponde traducir su voluntad en Gobierno y no en bloqueo.
Nuestra Constitución atribuye a las Cortes la función de representar a la
ciudadanía, porque es en ellas donde reside la soberanía de la Nación. Pero
también demanda de ellas algo más: la misión de formar un Gobierno que ejerza
la función ejecutiva y dirija la política interior y exterior de nuestra nación.
No hay Gobierno sin Parlamento; pero tampoco puede haber un Parlamento que
funcione indefinidamente sin un Gobierno. Para funcionar plenamente, el
mecanismo de la democracia necesita de todas sus piezas.
Por esa razón acepté el encargo del Jefe del Estado, y por esa razón
comparezco ante ustedes con la esperanza de obtener la confianza mayoritaria
de esta Cámara.
Señorías,
Represento a un partido que tiene 140 años de vida. Nació cuando en España
solo tenía derecho a votar el 3% de la población porque para ejercer el derecho
al voto se requería en primer lugar ser hombre y en segundo lugar ser una
persona pudiente.
En las elecciones que se celebraron hace 140 años, el PSOE no obtuvo,
lógicamente, ningún representante. Ni uno sólo.
Y, sin embargo, un siglo
después, al restablecerse la democracia, ha gobernado España en más de la
mitad de las últimas cuatro décadas.
Cuando un partido, o cualquier otra institución humana, perdura de forma tan
prolongada a través del tiempo, suele significar dos cosas: en primer lugar,
significa que su existencia hunde sus raíces en sentimientos y aspiraciones
profundas de la sociedad; que no es un accidente ni un producto de las
circunstancias pasajeras, sino que da voz a los deseos de millones de españoles
y españolas.
Pero esta longevidad del PSOE tiene un segundo significado.
El Partido en cuyo
nombre les hablo es una institución que ha superado desde sus inicios las más
diversas situaciones, propicias y también adversas. Nació sin otro apoyo que el
impulso de dos docenas de trabajadores y profesionales que aportaban cada
mes 50 céntimos de su salario para su sostenimiento. Ha predicado en el
desierto hasta extender su organización y su influencia a todos los rincones de
España; ha sobrevivido a la persecución y al exilio. Es un partido que no se rinde; que no desfallece. Es un partido que ha conocido todo tipo de situaciones y las
ha encarado todas con ánimo de superación.
El PSOE es, como dicen sus siglas y acredita su historia, un partido español,
formado por compatriotas, que, con aciertos y errores, ha contribuido y
contribuye a mejorar la vida de nuestra sociedad. Se equivocan muy gravemente
quienes, desde los bancos de la derecha, ponen en duda el compromiso de la
izquierda con España. Por eso les pido a todos desde aquí el mismo respeto que
reciban de nosotros, porque el respeto a la pluralidad es también un mecanismo
esencial de la democracia.
Y el PSOE lo ha representado a lo largo de toda su
historia, que es la historia de España.
Señorías, la voluntad soberana de los españoles ha dibujado un mapa político
sumamente fragmentado que convierte en un reto la configuración de las
mayorías y, por tanto, la constitución del Gobierno, incluso con las zancadillas
que estamos viendo en las últimas horas por arte de la bancada de la derecha.
Hay dos formas de encarar esa situación: una es la cómoda, y consiste en
refugiarse en la pureza de las creencias propias, en inhibirse, en evitar correr
cualquier riesgo y en esperar que sean otros quienes aporten la solución. No es
la nuestra, no es la que corresponde a nuestra historia y a nuestra cultura.
Nuestra opción pasa por asumir la realidad parlamentaria salida de las urnas y
construir con ella una solución.
Ese ha sido nuestro empeño tras las elecciones del 10 de noviembre: alcanzar
la mejor solución que puede darse y lograrse bajo las circunstancias del aquí y
el ahora, y de acuerdo con los principios progresistas que caracterizan a una
formación progresista como es el PSOE.
Y en ello hemos puesto nuestro empeño: Primero, y en un plazo de 48 horas,
alcanzamos un preacuerdo para constituir una coalición progresista con Unidas
Podemos, a quienes agradezco su apoyo.
Es cierto que hubiésemos preferido formar un Gobierno socialista integrado por
socialistas y enriquecido por independientes de prestigio. Es verdad también que
nos abrimos en julio a un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Y es cierto,
por último, que esa negociación no fructificó, como todo el mundo sabe.
Sirve de poco señalar culpas.
Es más útil volver a intentarlo sobre nuevas bases
que aseguren las dos condiciones que dificultaron el entendimiento meses atrás:
el principio de cohesión y el principio de idoneidad.
Eso hicimos porque eso es lo que nos pidieron los españoles y las españolas el
10 de noviembre. Eso hicimos y acordamos lo que no había sido posible meses
antes: unir nuestras fuerzas en un gobierno de coalición progresista que
funcionará como un gobierno unido, pues —cito el acuerdo— “se regirá por los
principios de cohesión, lealtad y solidaridad gubernamental, así como por el de
idoneidad en el desempeño de las funciones”.
A partir de ahí hemos trabajado para sumar a este acuerdo las fuerzas de otras
formaciones hasta alcanzar la cifra crítica que permita la constitución de un
Gobierno que eche a andar la legislatura. Y en esa situación comparezco ante
ustedes para solicitar su apoyo.
Los españoles han votado en uno u otro sentido; pero han votado Gobierno, no
han votado bloqueo ni parálisis. Y nuestra obligación es buscar la mejor solución
que pueda lograrse aquí y ahora.
Todas las soluciones son respetables.
No lo es la falta de solución.
Por eso quiero dejar constancia de mi pesar por la conducta de las fuerzas de la
derecha democrática al negarse a prestar la menor contribución a la
gobernabilidad de España.
Menos aún se entiende que agiten los peores presagios sobre el porvenir de
España y a la vez se nieguen a evitarlos. No comparto ni remotamente sus
terrores. Pero si son sentidos y no fingidos no alcanzo a entender cómo es
posible que no muevan un dedo por evitar que sucedan.
Al concluir estas sesiones de investidura se producirá un voto. Y ese voto
expresará tres posturas:
- De un lado, se perfilará la España que avanza, que trasciende sus diferencias y se une para avanzar formando una coalición de progreso, diálogo y justicia social.
- En medio, quienes no quieren sumarse a ese avance, pero al menos no lo impiden con su abstención.
- Y de otro lado, una coalición curiosa y variopinta, en la que figuran desde la derecha hasta la ultraderecha hasta quienes se dicen antisistema y también los nacionalismos más intransigentes de uno u otro signo. Es, en definitiva, la España que bloquea sin alternativa, sin solución, sin horizonte, sin respuesta. Solo ‘no’.
Señora Presidenta, Señorías,
En resumen. Del mapa de este Parlamento pueden sacarse varias conclusiones.
Primera, que los españoles han señalado al PSOE como primera fuerza, no una
sino cinco veces a lo largo de 2019: quieren, por tanto, un Gobierno progresista
liderado por el Partido Socialista.
Segunda, que los españoles y las españolas han distribuido con equilibrio su
voto y han otorgado a las derechas una representación significativa.
Por tanto,
quieren acuerdos amplios, transversales, que rompan la lógica estéril de los
bloques y que ofrezcan el futuro de concordia que necesita y demanda España.
Y tercera, que los españoles han ampliado su representación en un buen número
de formaciones de carácter territorial. Por tanto: quieren que superemos las
tensiones territoriales que arrastra nuestro país y en particular que superemos el
conflicto político que desde hace demasiado tiempo erosiona Cataluña y enturbia
las relaciones entre Cataluña y España.
Y justamente esos serán los objetivos de la Coalición Progresista: gobernar con
una mirada progresista; alcanzar acuerdos amplios y transversales en los
asuntos de Estado; y reducir mediante la política y el diálogo la tensión territorial
y comenzar a superar el contencioso político catalán.
Me presento ante esta Cámara, por tanto, con un plan de Gobierno progresista
que aúna la voluntad de avanzar del PSOE y de Unidas Podemos, pero que está
abierto a la colaboración de todas aquellas fuerzas parlamentarias que apuesten
por una solución de progreso a los desafíos que tenemos por delante.
Permítanme que describa la Coalición Progresista que me propongo encabezar
por sus valores, por su actitud y por su método, para exponer seguidamente su
programa de Gobierno.
Comencemos por sus valores. ¿Cuáles son los valores que sustentarán esta
Coalición Progresista?
En primer lugar, la justicia social, el propósito de recortar las desigualdades
lacerantes que sufre buena parte de nuestra sociedad.
En España hay más de doce millones de personas —es decir, una cuarta parte
de nuestros compatriotas— que están en riesgo de pobreza o exclusión social.
La tasa de paro todavía es demasiado elevada (13,92% según la última EPA). Y
entre los empleados hay trabajadores que soportan la precariedad laboral –sobre
todo la gente joven- e incluso la pobreza: uno de cada 8 trabajadores está en
riesgo de pobreza. En su mayoría, mujeres.
La pobreza infantil sigue en España entre las más elevadas de Europa: afecta a
casi 3 de cada 10 niños y niñas, es decir, a más de dos millones de menores.
Soportamos uno de los índices de natalidad más bajos de Europa y el más bajo
desde que se registran estadísticas en España.
Eso refleja varias cosas, pero
sobre todo las dificultades de los jóvenes para emanciparse, para encontrar un
trabajo no precario y para desarrollar un proyecto de vida personal. Solo 19 de
cada 100 jóvenes menores de 29 años se ha emancipado.
La desigualdad extrema es corrosiva para la convivencia y el progreso.
Esa reducción de la desigualdad puede alcanzarse a través de la pre-distribución
(es decir, mediante una elevación de los ingresos más bajos). Y así lo vamos a
hacer.
Y puede alcanzarse también mediante la redistribución, es decir a través de una
fiscalidad justa y unos servicios sociales consecuentes. Y así lo haremos también
desde la Coalición Progresista.
En segundo lugar, un proyecto progresista también se define por la defensa de
los servicios públicos de la comunidad.
Defendemos y defenderemos la economía social de mercado, tal como lo
estipula la Constitución. Creemos que el mercado es esencial para la generación
de riqueza social y de prosperidad.
Y entendemos que la persecución del interés personal forma parte de la
naturaleza humana y es un estímulo poderoso también ara la prosperidad. Pero
existen otros impulsos que también forman parte de la naturaleza humana como
la generosidad, la solidaridad y la empatía.
Por eso, creemos en una economía social de mercado; pero no creemos en una
sociedad de mercado. Porque no se puede entregar al mercado la salud, la
seguridad, el porvenir, la vida de las personas.
Señorías,
Tanto como creemos en la iniciativa privada, creemos en los servicios públicos
universales.
Hablo, por ejemplo, de la educación. Hablo de la sanidad. Que han sufrido en la
última década recortes que se han traducido en un deterioro que se plasma, por
ejemplo, en el aumento de las listas de espera, en copagos o en la
externalización de servicios públicos.
Hablo también de los servicios de Dependencia, tras ocho años de entrada en
vigor de la Ley que los creaba, y que se resintió durante el gobierno de la anterior
Administración conservadora, con un descenso del gasto público de 4.600
millones de euros.
Somos una comunidad, no un grupo de personas. En eso consiste el verdadero
patriotismo, en el reconocimiento de un bien común y no solo en la identificación
con los símbolos de todos.
Es rotundamente falsa la concepción neoliberal para la que la sociedad no existe.
Y que solo toma en cuenta a individuos y familias.
Existimos como comunidad.
Y es lo público lo que nos une, nos vincula y nos
representa como sociedad.
Es verdad que los símbolos son importantes para los seres humanos, pero lo
son precisamente por aquello que simbolizan. España es la educación de
nuestros hijos, las pensiones públicas de nuestros mayores, el cuidado sanitario
público de nuestros familiares; España es el socorro de nuestros vecinos en las
catástrofes; la comodidad de nuestros desplazamientos; la seguridad de
nuestras calles; España es también los impuestos que pagamos solidariamente
para costear todo ello.
El dinero no está siempre mejor en el bolsillo de quien posee una fortuna. A
menudo el dinero está mejor en las escuelas y en las bibliotecas que nos hacen
más sabios, en los hospitales que nos mantienen más sanos, en las vías que nos comunican, en las pensiones que amparan nuestra vejez, en las comisarías
y en los juzgados que garantizan los derechos y las libertades.
Y quienes invocan a cada minuto el patriotismo, deberían prestar más atención
a los bienes públicos que nos definen y representan como sociedad.
Eso es patriotismo y ese es el patriotismo social en el que se reconoce la
Coalición Progresista que quiero encabezar y que comparte la inmensa mayoría
de nuestro país.
En tercer lugar, el proyecto de la Coalición Progresista está indisolublemente
unido a la libertad. La libertad frente a la intrusión arbitraria de las instituciones
públicas y también frente a la interferencia interesada de quienes tienen más
poder.
La libertad no para hacer nuestro capricho, sino para no estar sometido al
capricho de nadie; libertad para disponer plenamente del propio destino.
Para
expresarse, para asociarse, para vivir la vida de acuerdo con nuestros propios
valores y creencias.
Una noción de la libertad incompatible con la ley mordaza –por ejemplo- o con el
propósito de ilegalizar organizaciones o clausurar medios de comunicación.
Una libertad para vivir plenamente y para administrar con dignidad el fin de la
propia vida.
Una libertad para realizarse sin sufrir discriminación y menos aún violencia por
el hecho de ser mujer.
Una libertad para no soportar persecución ni postergación por la orientación
sexual.
Una libertad para no ser relegado por la raza o menospreciado por la
procedencia.
Una libertad plena, incompatible con el machismo, con la homofobia, con la
xenofobia o con el racismo.
Una noción plena y valiente de la libertad porque nunca ha habido nada tan
opuesto a la valentía como atacar a las mujeres o a los menores; ni nada menos
noble que perseguir a los diferentes.
Una noción de la libertad que se inspira en el humanismo, en la defensa del valor
de la vida humana, y que no se detiene en nuestras fronteras, sino que se
proyecta en socorro de quienes precisan del auxilio de España y de Europa.
Es cierto que no deberíamos estar dedicando a estos asuntos ni un solo minuto,
porque han sido durante décadas bienes sociales conquistados y asumidos
colectivamente como sociedad. Pero por desgracia vivimos un tiempo doloroso en el que se vuelve a cuestionar
algo tan elemental como los derechos humanos.
Hay que volver a recordar a Bertolt Brecht cuando se preguntaba: “¿Qué tiempos
son estos en los que vivimos, que tenemos que defender lo obvio?”
Pues seguiremos defendiendo lo obvio todo el tiempo que haga falta, hasta
devolver la intolerancia y el fanatismo a la irrelevancia.
Así mismo, en el régimen político democrático, la libertad supone una implicación
activa de la ciudadanía en el gobierno e implica también un control estricto de
cualquier abuso por parte de los poderes públicos. Exige transparencia, limpieza
y ejemplaridad.
Debemos combatir la desafección política ciudadana con ejercicios claros de
transparencia, mecanismos estrictos de control y garantías en la rendición de
cuentas.
No hay ni habrá ninguna excusa, ninguna justificación, para ningún
comportamiento irregular.
En cuarto lugar, Señorías, una Coalición Progresista debe construir la cohesión
social a través de la cohesión territorial.
Es evidente que en nuestro país no existe un único modo de vivir o de sentir la
identidad nacional. Esta circunstancia no es nueva y era conocida por los
constituyentes, que la plasmaron en el artículo 2 de nuestra Carta Magna.
Es también evidente que los sentimientos no pueden imponerse a la fuerza.
La
clave de la cohesión consiste precisamente en compatibilizar sentimientos
diversos bajo unas mismas reglas de respeto.
Hoy existe en un sector amplio de la población catalana un sentimiento de
agravio respecto de las instituciones centrales. Un sector amplio que no siente
reconocida y respetada su personalidad.
Existe otro sector igualmente amplio de la población catalana que se siente
ignorado y tratado injustamente por las instituciones de su propia tierra.
Y existe, en otros puntos de España, un rechazo a las acusaciones que vierten
algunos líderes independentistas sobre la España Constitucional. Yo me incluyo
entre ellos.
Y estos sentimientos pueden tener mayor o menor racionalidad, pero son
innegables, existen.
Y son el resultado de la incapacidad política y el abandono de anteriores
Gobiernos de la vía política para resolver un conflicto que es de naturaleza
política.
No sólo en el acomodo institucional de la diversidad de identidades que tiene nuestro país. Sino de debilidades y desgates acumulados de nuestro
sistema autonómico que debemos corregir.
Esta es una crisis heredada, de la que ya advirtió el PSOE estando en la
oposición. Y que asumimos con toda la lealtad constitucional y con toda la
responsabilidad institucional, para devolver a la política un conflicto político.
Permitiendo, con ello, dejar atrás la deriva judicial que tanto dolor y tanta fractura
ha causado en buena parte de la ciudadanía catalana y española.
Hay que retomar la única vía posible: la política. La del diálogo, la negociación y
el pacto. Amparado por nuestra Constitución.
Señorías,
Llevamos demasiados años consumiendo las energías colectivas en tensiones
políticas que tienen que ver con la vertebración de nuestro modelo de
convivencia.
Llevamos demasiado tiempo acumulando agravios.
Demasiado tiempo en querellas, muchas de ellas estériles, que restan tiempo a
los asuntos que podrían proporcionarnos a todos mayor prosperidad y progreso.
Ahora iniciamos 2020, un tiempo donde los desafíos se han vuelto más globales
y las soberanías están más compartidas. La desigualdad, el proyecto común
europeo, la lucha contra la emergencia climática, la resolución del problema de
las migraciones, el combate contra el dumping y los paraísos fiscales, el combate
contra el terrorismo internacional… nos sitúan en la era de la interdependencia.
Una de las secuelas de la pasada crisis económica fue el retorno de fórmulas de
otro tiempo que permitieran recobrar la prosperidad perdida y librarse de las
amenazas que se ciernen sobre los individuos en un mundo global.
Pero esas fórmulas ya no son válidas en el mundo interdependiente que vivimos.
Sabemos que los sentimientos no se imponen ni se prohíben. Y que la solución
no vendrá de la imposición de una percepción sobre la otra, sino de un cambio
de ambas percepciones.
Así que lo que propongo a esta Cámara es recomenzar. Necesitamos
recomenzar. Retomar nuestro diálogo político en el momento en que los caminos
se separaron y las razones y los argumentos dejaron de escucharse. Retomar el
diálogo en el punto en que los agravios comenzaron a acumularse.
Retomar la senda de la política, dejando atrás la judicialización del conflicto.
Retomar la senda del diálogo, la negociación y el pacto porque es nuestra
obligación. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos, que merecen vivir en un país
unido en su diversidad. No fracturado y confrontado.
Todos sabemos que es necesario el diálogo. Que el diálogo debe partir del
reconocimiento del otro. De la atención a sus razones. Que no hay otra forma de
resolver este contencioso. No hay otra vía que a través de un diálogo que se
desarrolle dentro de la Ley. La ley por sí sola tampoco basta, y lo hemos visto.
La Ley es la condición, el diálogo es el camino.
Si queremos comenzar a trabajar honestamente, partamos ya de esas dos
premisas: abramos un diálogo honesto, amparado por la seguridad que otorga
nuestro marco legal.
Tenemos la responsabilidad, todos los partidos presentes en esta Cámara, de
arrimar el hombro para reconstruir la cohesión dañada durante más de una
década.
Y hacerlo en torno a una propuesta de España diversa que se enriquece
en la pluralidad de sus identidades, lenguas, culturas y personas.
No resolveremos súbitamente un problema largamente larvado durante la última
década. Pero podemos comenzar a resolverlo con paciencia y constancia, con
templanza y responsabilidad, y con generosidad y empatía. Y yo les garantizo
que la Coalición progresista trabajará con eso: con paciencia y constancia, con
templanza y responsabilidad, y con generosidad y empatía
Existe también otro problema territorial acaso menos agudo, pero mucho más
extenso que tenemos que afrontar con igual esmero: el del reto demográfico.
El
de la España que se ha despoblado por la falta de atención.
Porque cohesión territorial es trabajar por crear empleo para aquellos jóvenes
del mundo rural que se vieron obligados a buscarse la vida en grandes ciudades
o en el extranjero.
Cohesión territorial es tener una política de infraestructuras que conecte
oportunidades para que nadie se sienta abandonado por las administraciones
públicas.
Nuestra obligación es llenar de soluciones a esa España interior que languidece
ante la despoblación, el envejecimiento, el desmantelamiento de sus servicios
públicos y el empobrecimiento de sus hogares.
Y para ello, el Gobierno que aspiro a formar tomará todas las medidas que sean
necesarias, como detallaré más adelante. Medidas que lógicamente contribuirán
a perfeccionar el mejor modelo territorial de nuestra historia, que es el Estado
autonómico.
Señora Presidenta, Señorías,
Estos son los 4 valores cardinales que definirán la orientación de la Coalición
Progresista: justicia social, defensa de los servicios públicos, libertad y cohesión
y diálogo territorial.
Si estos son los valores de la Coalición Progresista, ¿cuál será su actitud?
Respondo sin dudar: pretendemos gobernar para todos los españoles, sean
cuales sean sus ideas y fuera cual fuere su voto. Y pretendemos hacerlo además
a través del diálogo.
La política no puede ser un tapón de la vitalidad de un país que quiere avanzar.
Y esa sociedad nos lo reclama a todos.
A las fuerzas progresistas, en primer
lugar, porque ese ha sido el sentir mayoritario de su voto. Pero también se lo
pide a las fuerzas de las derechas, que representan a un número elevado de
ciudadanos. Y también a los partidos regionales y nacionalistas.
Sería un gran error ignorar ese mandato. No reconocer el resultado de las
elecciones y negarnos unos a otros la legitimidad, como en algunas ocasiones
escuchamos a la bancada de la derecha.
Todos tenemos la plena legitimidad democrática.
Estamos aquí por eso. Con
posiciones diferentes, a veces antagónicas. Pero con posiciones, al fin y al cabo,
que representan a una parte de la ciudadanía española.
Esa ciudadanía podría llegar a entender que no alcancemos acuerdos, pero no
podría entender jamás que ni siquiera lo intentemos, alegando que los puntos de
partida de cada uno son muy distantes.
Justamente porque partimos de puntos distantes necesitamos más que nunca
este Parlamento.
Necesitamos más que nunca sentarnos a hablar. Precisamos
por eso necesitamos más que nunca diálogo.
Nuestras orientaciones difieren, pero los problemas que padecemos son los
mismos.
La contaminación y el cambio climático no hacen distinción entre izquierdas y
derechas; ni siquiera distingue entre quienes creen o no creen en sus efectos.
Por eso, es necesario un Pacto para reducir las emisiones de CO2 y que
establezca, entre otras cuestiones, la obligatoriedad de zonas urbanas libres de
emisiones en todos los municipios de más de 50.000 habitantes.
De la educación, la cultura, la ciencia y la investigación depende en buena
medida el futuro de nuestro país. Y el signo de ese futuro no hará distinciones
entre progresistas y conservadores.
Por eso, es necesario un pacto que
garantice la inversión educativa al final de la legislatura en el 5% del PIB anual.
La vejez es algo que nos alcanzará a todos y no hace distinción tampoco entre
izquierda o derecha. Por eso es necesaria una renovación del Pacto de Toledo,
por eso es necesaria la revalorización de las pensiones conforme al coste de la
vida y por eso es necesaria también la sostenibilidad del sistema público de
pensiones.
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