Publicado en el diario digital clm24 el día 3 de abril de 2016
Hay ingeniería que cumplió su función en un momento concreto de la Historia. Nadie lo niega y nadie lo duda. De la misma manera que es incontestable la durabilidad del acueducto de Segovia, hoy un bello monumento que fabrica turismo y gastronomía, que apuntala el PIB de su ciudad pero no transportando agua porque está absolutamente superado por la tecnología actual. En Castilla-La Mancha reivindicamos la superación del trasvase Tajo-Segura. Y lo hacemos por entender que es una infraestructura obsoleta y caduca, cuya misión está más que superada por otros métodos de obtención de agua potable para la España árida, porque la España seca somos nosotros, no lo olvidemos nunca.
Esta semana hemos asistido a la “celebración” de 37 años del Tajo-Segura con gran aparato propagandístico por parte de quienes se resisten a superar que, siendo el burro un magnífico animal, difícilmente podemos digerir que sirva para arar latifundios como hacía en el siglo XIX, aunque nos parezca bucólico adornar nuestra cuenta de Instagram recorriendo Mijas a sus lomos. La España de 1979 era la de Barrio Sésamo y Dallas, la del Seat 127 y el teléfono góndola, aquel que parecía un bocadillo y que se podía escoger entre acabado en elegante color marfil, verde azulado o rojo vivo. Aquel año, Sony lanzó una “quimera”: el walkman de cinta de cassette. Simplemente era lo que había, el último grito. Un dato para contextualizar el salto en infraestructuras: en toda España había 1.900 kilómetros de autovías y autopistas el año que se inauguró el trasvase. Hoy hay más de 15.000.
No hace falta ahondar en lo superados que están esos recuerdos en la actualidad, como tampoco debiera ser necesario tener que explicar que el Tajo-Segura ya tendría que estar reposando en el museo de los objetos vetustos que afortunadamente disponen de un método sustitutivo que hace mejor su misma función. De la misma manera que los aerogeneradores eran en 1979 poco más que una futurista invención de novela de Julio Verne y hoy pueblan lomas y montes de toda España produciendo un 20% de la energía que consumimos (el equivalente a 17 centrales nucleares), también ha llegado el momento de explorar y llevar hasta sus últimas consecuencias la desalación y el reciclado de aguas para regar las huertas de Murcia y que sigan siendo ese 5% del PIB español que afirma el Sindicato Central de Regantes que son.
Se llama evolución y viene a definir la capacidad del ser humano para enfrentarse a los retos que le depara cada momento de la Historia. El trasvase Tajo-Segura está tan superado como lo está la carabela para cruzar el Atlántico. Del Gobierno de España depende que sigamos arando a burro o a tractor. Eso sí, tiene que tomar decisiones con amplitud de miras y visión de futuro, rasgos que no aderezan precisamente el carácter de un Mariano Rajoy cuya agenda plagada de huecos retrata a un hombre pasivo y estático cuya afición por sentarse a la puerta de casa a ver la vida pasar es de sobra conocida.
El Tajo no puede esperar más esta ignominiosa celebración del inmovilismo y la obsolescencia. Rajoy está abandonando a su suerte muchas cosas; también la gran ocasión, histórica, de conciliar los intereses de varias comunidades autónomas que se han visto obligadas a compartir un bien contra la propia naturaleza del río Tajo, que se nos entrega algo cebado por un Jarama ponzoñoso hasta que se empieza a recuperar a los pies de Gredos, ya en la raya de Extremadura.
Si por Rajoy fuera seguiríamos habitando en cuevas y alimentándonos de carne cruda, de bisonte cazado con lanza. Este presidente ha tenido ante sí una oportunidad de oro de la que no han gozado otros antecesores suyos, limitados por la falta de alternativas en la gestión hídrica. Hoy, la desalación es fiable, segura y de calidad creciente gracias a la espectacular mejora introducida por la ósmosis inversa en los últimos años. Las plantas pueden emplear energías limpias para dulcificar el agua y el precio se asemeja bastante al de esa otra agua que hacen cruzar media España a base de costosos bombeos, centenares de kilómetros de canales y tuberías que mantener y pérdidas altísimas de valiosos hectómetros que acaban dispersándose inútilmente en el subsuelo.
¿A qué espera? No lo sabemos, como tampoco somos capaces de entender su falta de iniciativa, su patológico estatismo, en la mayoría de los grandes problemas que acucian España. Entre su colección de acciones petrificadas figura el trasvase del Ebro a Levante. Cuatro años gobernando y ni un solo metro construido de aquello de lo que hizo el PP una gigantesca bandera, un cedazo de cribar votos en la cuenca del Segura. Otro misterio, otra promesa faraónica y anacrónica sin sentido hoy día que se nos quiso vender como bálsamo de Fierabrás en garrafa.
Lo que sí sabemos es que Castilla-La Mancha ya ha cumplido suficiente condena con el Tajo, una condena larga, de 37 años y un día, para la que seguiremos exigiendo una liberación que es posible, ahora más que en ningún otro momento de la prolongada cronología de esta infamia. Quizá en otro momento nos habríamos resignado, por responsabilidad y solidaridad. Pero ya no. No porque nunca como hoy ha habido más posibilidades técnicas de mandar definitivamente el Tajo-Segura al cuarto trastero, con el teléfono góndola, el 127, el borrico atado al trillo, la carabela y la rueca si me apuran. Por eso y no por ninguna otra razón, seguiremos oponiéndonos con todas nuestras fuerzas.
Hay quien lo llama guerra. Dejémoslo en evolución y progreso, en algo tan humanamente digno como avanzar.
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